Las revoluciones del mundo han dejado muchas cosas, pero la más común ha sido la desolación, para todos los involucrados, inocentes o culpables. La nuestra no es la excepción. En las fieras batallas que se libraron durante esa época, se encontraba un puente ubicado justo al lado de un cementerio que le diera sepulcro a muchas de aquellas víctimas. Pero nunca les dio el descanso necesario.
El testigo fue Javier, aquel hombre que cargado de alimentos para su hogar según dicen muchos, artículos y baratijas según cuentan otros, pero el hecho es que el puente Ara se encontraba en su camino y la noche se acercaba sin prisa, pero sin pausa.
Al acercarse a esta edificación, su mula ignoró la carga y comenzó a inquietarse, buscando la manera de volver, de alejarse de aquel lugar y evitar cruzar el puente. Entre tanto alboroto, Javier ignoró que se acercó una mujer vestida de negro, con un rostro lejano y casi imposible de ver, pidiendo le acompañase hasta el puente.
Aunque intentó ignorar la petición, Javier se vio obligado ante la insistencia de la dama y la oscuridad de aquella noche.
Ya muy cerca del puente, la mula evitó cualquier forcejeo y escapó de Javier, que en el agite se encontró ante una sombra negra que comenzó a azotarlo con un frío pero real látigo, arqueando su espalda y su memoria, esa misma noche en la que aquella dama de pronto desapareció sin que Javier se diera cuenta.
Entre gritos y confusión, aquel hombre logró cruzar el puente, con heridas que permanecieron en su espalda, al igual que en las espaldas de aquellos vecinos que escuchando su historia, contaban las suyas, con una dama vestida de negro que los llevó hasta un puente que en las noches, sería de pasarela para los espíritus atormentados de aquella revolución sangrienta.